Muchos piensan que Dios hizo los Diez Mandamientos como un código de normas para tener a todos sometidos a su voluntad.

Algunos dieron un paso más allá, y vieron al Decálogo como normas sociales para que haya coexistencia entre los miembros de una sociedad.

Pero, ¿qué pasaría si estos diez mandatos fuesen vistos como una receta médica? Quizás descubriríamos el por qué de su creación.

No codiciarás, no consentirás pensamientos impuros, no dirás falsos testimonios, no robarás, no cometerás actos impuros, no matarás, y honrarás a tu padre y a tu madre tienen como objetivo hacer de ti un hombre de paz en la sociedad.

Así se llega al tercer, segundo y primer mandamiento, aquellos que te llevan a la fuente del remedio y amor: Dios. Al santificar las fiestas, al no tomar el nombre de Dios en vano y al amarlo sobre todas las cosas, estas nombrándolo como el centro de tu vida.

Entonces, ¿para qué están los mandamientos? Para amar al prójimo, para amarte a ti y sobre todo para amar y estar siempre con Dios ¿Para qué? El Papa Francisco responde en la audiencia general del 21 de noviembre:

“Es inútil pensar en poder corregirse sin el don del Espíritu Santo. Es inútil pensar en purificar nuestro corazón en un esfuerzo titánico de solo nuestra voluntad. Esto no es posible (…) Debemos abrirnos a la relación con Dios, en verdad y en libertad (…) solo de esta manera nuestros trabajos pueden dar frutos. Porque es el Espíritu Santo el que nos lleva hacia adelante “.

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