Jerusha Klayman-Kingery vivió, a los 19 años, una de las peores pesadillas para muchos:  fue violada a mano armada y quedó embarazada.

Creció en un ambiente cristiano pero con pocas demostraciones de cariño.  Como muchos jóvenes en estas circunstancias, buscó el amor en vicios y fiestas.

Pero a los 17 años se encontró con Cristo en una manera profunda. Desde entonces decidió entregar su vida a Cristo.

Pero las cosas no resultaron para nada perfectas. Dos años después, un hombre la engañó para ir a su casa. Ahí, a mano armada, la sometió y violó.

Fueron días de mucho sufrimiento donde lidió con dolores y enojos contra el hombre, ella misma y Dios.

Pero el sufrimiento incrementó cuando, seis semanas después, descubrió que se encontraba embarazada de su violador.

Este evento le dio vuelco a sus actitudes y pensamientos. Dentro de ella había vida; y si bien estaba la idea del aborto, ella no encontraba lógica en matar a ese bebé.

“¿Cómo puede justificarse la muerte de bebé por el acto cruel de un hombre que sabía lo que estaba haciendo? El violador es el culpable. El bebé es una criatura inocente” – dijo en aquella ocasión.

Ella dio a luz y lo dio en adopción, ya que consideraba que su vida en ese momento no se encontraba estable. Por lo que buscó un mejor futuro para el bebé.

Su vida no se detuvo, ni fue de mal en peor. Se casó y tuvo nuevos hijos. Considera que vive en una familia feliz.

Logró ser presidenta de la organización “As his miracle grows” (Mientras su milagro crece), y da conferencias junto a su esposo para formar a los jóvenes y dar mensajes provida.

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