El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) nos enseña que el pecado “es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes”.

Pero además, la Iglesia categoriza los pecados según su gravedad y su proliferación.

Para pecar se necesitan tres cosas: materia grave (que son las acciones que atentan contra los 10 mandamientos), pleno conocimiento de lo que se está haciendo y el deliberado consentimiento.

De acuerdo a esto, podemos clasificar los pecados en veniales y mortales.

Los pecados mortales son los que contienen las tres condiciones mencionadas arriba. En el caso de los pecados veniales, son cuando la persona atenta contra los mandamientos, pero, o bien no se tiene pleno conocimiento de lo que se hace, o no tuvo la intención de cometer el acto.

Otra manera de clasificar el pecado es si es “capital” o no. Este sistema se fija en la proliferación del pecado, ya que por naturaleza se contagia entre las personas, generando aún más distorsión (CIC, 1865 – 1869).

Los pecados capitales son los vicios que generan otros pecados, y según el Catecismo estos son: la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza (CIC 1866).

La Iglesia nos recuerda que el pecado es un acto personal y somos responsables de ello. Por tanto es necesario dar de nosotros para vencer nuestros vicios, pero siempre en compañía de Dios.   

Comparte