Una de las bellas y consoladoras enseñanzas de la Iglesia católica, es que cada uno de nosotros tiene un ángel guardián. Ser celestial, mandado por Dios, que nos guía en el camino de la salvación.

Es muy recomendable invocar a nuestro ángel guardián en el combate espiritual, y así también comprender sus intenciones. Sin embargo, hay algunos peligros que se deben evitar al buscar una relación más cercana con tu ángel protector.

Hay un error persistente, en particular entre muchos católicos, cuando se tarta de este tema. Es el tratar de descubrir el nombre o identidad, o asignarles un nombre, al ángel guardián. Esto es una mala idea por tres razones:

El vicio de la curiosidad

Los humanos solo conocen el nombre de 3 ángeles: San Gabriel, San Miguel y San Rafael. El conocimiento de los nombres de los demás está por encima de nuestro nivel humano. El buscarlo sería caer en la irreverencia hacia lo santo, en un vicio de la curiosidad.

Nombrar algo reclama autoridad sobre ello

Dios nos dio potestad y autoridad sobre todo lo inferior a nosotros: plantas, animales, la tierra en general. Pero los ángeles pertenecen a otro reino: al celestial. Nosotros no tenemos potestad ni de darle nombre a todo lo que venga de ahí. Esta información se nos otorga por voluntad de Dios o de los propios ángeles.

La Iglesia advierte contra esta práctica

No solo nos contentamos con saber el nombre del ángel guardián, buscamos su presencia en nuestra vida mediante “señales”. Esto no es buena idea, no solo porque podemos confundir muchas cosas con “pruebas”; sino también porque podríamos estar invocando o buscando otro tipo de ángeles: los caídos, los demonios. Estos pueden aprovechar tu búsqueda para aparecer como entes de luz y tentarte.

No es necesario saber el nombre de tu ángel guardián para saber que está ahí y que te protege. Tampoco es necesario para “sentir” una mejor relación con él. Él está ahí para ti y buscará tu bien.

Pide su intercesión en tu combate espiritual. Así como pide la intercesión de los ángeles de la guarda de tu familia o amigos, para que les ayuden en las dificultades.

Este artículo fue publicado originalmente en Catholic Company.

¡Ten cuidado con las práctica de la Nueva Era!

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