El Arzobispo estadounidense Fulton Sheen, siervo de Dios en proceso de beatificación y a quien se le atribuye un posible milagro, contó meses antes de fallecer que su mayor inspiración fue una niña china de once años que murió por la Eucaristía.

El Arzobispo Sheen relató en una entrevista que cuando los comunistas se apoderaron de China a mediados del siglo XX, apresaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la iglesia.

Desde la ventana, el presbítero pudo ver cómo los comunistas entraron a profanar el templo. Estos tomaron el copón del sagrario y lo tiraron al suelo, quedando esparcidas 32 hostias consagradas.

En la parte de atrás de la iglesia había una niñita que rezaba y que vio todo lo sucedido.

Por la noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró al templo e hizo una hora santa de oración como reparación al acto sacrílego.

Luego, la pequeña se arrodilló y con su lengua comulgó una de las hostias consagradas. En ese entonces los laicos no podían tocar la Eucaristía con las manos. La niña regresó cada noche y después de rezar en hora santa, comulgaba.

El sacerdote apresado presenció sumamente abatido este acto heroico del martirio de la pequeña. Posteriormente, cuando el Arzobispo Sheen escuchó el relato, prometió que haría una hora santa diaria ante Jesús Sacramentado por el resto de su vida.

La pequeña le enseñó al Prelado el valor y celo que se debe tener por el Santísimo Sacramento y cómo la fe puede vencer el miedo porque el verdadero amor a la Eucaristía debe trascender la propia vida.

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