¿Por qué el católico se hace la señal de la cruz en su frente y pecho?

La señal de la cruz es un signo, un sacramental, por el cual manifestamos nuestra fe en Cristo que nos redimió por Su Cruz. Como todo signo, vale en cuanto se hace como expresión auténtica del corazón.

 

El Catecismo dice en su  #2157

“El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de la cruz, ‘en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén’. El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades.”

Los cristianos, con frecuencia hacemos con la mano la señal de la cruz sobre nuestras personas. O nos la hacen otros, como en el caso del bautismo o de las bendiciones.

Al principio parece que era costumbre hacerla sólo sobre la frente. Luego se extendió poco a poco a lo que hoy conocemos a hacer la gran cruz sobre nosotros mismos (desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho) o bien la triple cruz pequeña, en la frente, en la boca y el pecho, como en el caso de la proclamación del Evangelio.

Esta señal de la cruz es una verdadera confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión: al hacerla sobre nuestra persona es como si dijéramos: “estoy bautizado, pertenezco a Cristo, Él es mi Salvador, la Cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana…”

Tertuliano, que murió alrededor del año 225, escribe: “En todos nuestros viajes y desplazamientos, en la mesa, al entrar y salir, al encender las velas, al acostarnos, al sentarnos, cualquiera que sea nuestra ocupación, hagamos la señal de la cruz en la frente. Esta práctica  no esta mandada formalmente en la escritura; la enseña la Tradición, la confirma la costumbre y la observa la fe”.

En un tono similar, san Cirilo de Jerusalén, en el siglo IV, enseña: “Por tanto, no nos avergoncemos de confesar al Crucificado. Sea la cruz nuestra señal, realizada con atrevimiento por nuestros dedos sobre nuestra frente y en todo: sobre el pan que comemos y la copa que bebemos, en nuestras idas y venidas; antes de nuestro sueño, cuando nos acostamos y nos levantemos; cuando vamos de viaje y cuando descansamos.

En el mismo siglo IV san Ambrosio habla de la señal de la cruz completa y dice que la mano pasaba de la frente al pecho y luego a los hombros. San Jerónimo y san Agustín escriben que los cristianos trazaban la cruz sobre la frente, luego sobre los labios y después sobre el corazón, como hacemos hoy antes de la lectura del Evangelio de la misa.

Ya a finales de la Edad Media, es decir al final del siglo XV, la práctica en occidente fue la que conocemos hoy, con la mano que pasa del hombro izquierdo al derecho, y no al revés.

La señal de la cruz en nosotros tiene dos significados, uno es cuando estamos recordando que Cristo nos redimió,  por medio de su muerte en la cruz. Es decir por la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el demonio. En segundo lugar, al pronunciar las palabras: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, estamos profesando nuestra fe en la Santísima Trinidad, el misterio central de nuestra fe.

Todo gesto simbólico, todo signo, puede ayudarnos por una parte a entrar en comunión con lo que simboliza y significa, que es lo importante.

Es fácil hacer distraídamente la señal de la Cruz en los momentos que estamos acostumbrados. Lo que es difícil es escuchar y asimilar el mensaje que nos transmite este símbolo: -Un mensaje de salvación y esperanza, de muerte y de resurrección. Eso es la cruz para los cristianos.

Los cristianos tenemos que reconocer a la Cruz todo su contenido, para que no sea un símbolo vacío. Si entendemos la Cruz, y si nuestro pequeño gesto de la señal de la cruz es consciente, estaremos continuamente reorientando nuestra vida en buena dirección: Un mensaje de salvación y esperanza, de muerte y de resurrección. Eso es la cruz para los cristianos.

Y como dijo san Pablo, ya no soy quien vivo, sino es Cristo que vive en mí.

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