Todos los santos se caracterizaron por la profunda convicción con la que vivían defendían los principios evangélicos. Por ejemplo, San Pío de Pietrelcina fue canonizado no solo por llevar estigmas en su cuerpo, sino por vivir y pensar radicalmente de acuerdo a los mandatos de Dios.

Por ejemplo, en cierta ocasión una mujer que se había practicado un aborto confesó su pecado ante el Padre Pío, pero él le negó la absolución (Recordemos que en aquél entonces la absolución para el pecado del aborto solo podía ser otorgada por un obispo).

Un sacerdote que fue testigo de aquella negación se acercó al Padre Pío y se dio el siguiente diálogo:

– Padre, esta mañana le ha negado la absolución a una señora por haberse hecho un aborto. ¿Por qué ha sido tan riguroso con aquella pobre desgraciada?

– El día en que los hombres, asustados por el estampido económico, de los daños físicos o de los sacrificios económicos, pierdan el horror del aborto, será un día terrible para la humanidad. Porque es justo aquel el día en que deberían demostrar tener horror por ello. El aborto no es solamente homicidio también es suicidio. ¿Y con los que vemos sobre el dobladillo cometer con un solo golpe uno y otro delito, queremos tener el ánimo de enseñar nuestra fe? ¿Queremos recobrarlos o no?

– ¿Por qué suicidio?

– Tú comprenderías este suicidio de la raza humana, si con el ojo de la razón, vieras la belleza y la alegría de la tierra poblada de viejos y despoblada de niños: quemada como un desierto. Entonces entenderías la doble gravedad del aborto: con el aborto siempre se mutila también la vida de los padres.

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