El Espíritu Santo ha inspirado en el cristianismo numerosas vocaciones para la santificación del pueblo de Dios. Muchos son llamados al sacerdocio, al matrimonio, a la vida religiosa, etc. Sin embargo, hay una vocación muy hermosa, antigua y poco conocida en la Iglesia: las Vírgenes Consagradas.
Conoce más de ellas en este artículo.
San Pablo menciona en su primera a carta a los Corintios la importancia de la vocación a la que Dios nos llama. Es así que, al mismo tiempo que exalta las virtudes del matrimonio, también nos recuerda el bien que puede hacer una mujer soltera dedicada por entero al Señor.
“También la mujer soltera, lo mismo que la virgen, se preocupa de las cosas del Señor, tratando de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. La mujer casada, en cambio, se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su marido. Les he dicho estas cosas para el bien de ustedes, no para ponerles un obstáculo, sino para que ustedes hagan lo que es más conveniente y se entreguen totalmente al Señor”. 1 Corintios 7, 34-35
Es así que en la Iglesia primitiva muchas mujeres consagraban su virginidad al Señor para dedicarse a tiempo completo a la labor de la evangelización ¡Siglos antes de que existieran las monjas y las órdenes religiosas!
Sobre el origen de esta maravillosa vocación, Benedicto XVI mencionaba que las Vírgenes Consagradas “se remontan a los inicios de la vida evangélica, cuando, como novedad inaudita, el corazón de algunas mujeres comenzó a abrirse al deseo de la virginidad consagrada, es decir, al deseo de entregar a Dios todo su ser, que había tenido en la Virgen de Nazaret y en su ‘sí’ su primera realización extraordinaria. El pensamiento de los Padres ve en María el prototipo de las vírgenes cristianas y muestra la novedad del nuevo estado de vida al que se accede mediante una libre elección de amor“.
Esta forma de consagración comenzó a crecer y paulatinamente se fue institucionalizado, al punto de hacerse una ceremonia pública y solemne presidida por el propio obispo en la cual la mujer consagrada se convertía en sponsa Christi, imagen de la Iglesia esposa.
Con el pasar de los siglos el número de Vírgenes Consagradas fue disminuyendo, pero recobró un nuevo impulso luego del Concilio Vaticano II.
“Es motivo de alegría y esperanza ver cómo hoy vuelve a florecer el antiguo Orden de las vírgenes, testimoniado en las comunidades cristianas desde los tiempos apostólicos”. San Juan Pablo II.
Esta vocación configura a las vírgenes en esposas de Cristo y, aunque el rito de consagración no es literalmente un matrimonio, utiliza algunos símbolos de dicho sacramento: vestido blanco, velo y anillo.
La actual forma de vida de las Vírgenes Consagradas es algo variada. Algunas permanecen en su particular forma de vida viviendo solas o en comunidad y otras se dedican a la enseñanza, al servicio en hospitales, zonas de misión, etc, siempre bajo la paternal dirección de su obispo diocesano al cual le deben obediencia. Es precisamente al obispo a quien le corresponde discernir la mejor forma de servicio que puede desempeñar una Virgen Consagrada.
“Se consagran para dedicar su vida a Jesucristo, se comprometen a llevar una vida casta, y renuncian a la vida matrimonial para transmitir el Evangelio en la parroquia, su trabajo, familia y amistades” Código de derecho canónico 604
Este es un pequeño reportaje (en inglés) acerca de un a ceremonia de consagración de una virgen:
[Ver: 2 hermosas mujeres que dejaron la fama para convertirse en monjas]
[Ver: Las hermosas cartas de una santa enamorada días antes de su boda]