¿Te gusta el Surf? Este joven seminarista podría llegar a ser tu santo patrono
Cada tercer sábado de junio se celebra el día internacional del surf. Si te gusta este deporte, debes conocer la vida de Guido Schäffer, un joven seminarista que disfrutaba de correr tabla y cuya vida de fe puede llevarlo a los altares.
La página oficial que promueve su causa de canonización compartió un poco más sobre la vida del conocido “Ángel surfista”, un testimonio que seguro te inspirará.
Guido nació el 22 de mayo de 1974 en la ciudad de Volta Redonda (Brasil), pero vivió junto a su familia en Río de Janeiro, en el barrio de Copacabana.
Sus padres, Guido Manoel Vidal Schäffer y Maria Nazareth França Schäffer, fueron una pareja de católicos fervorosos, que le enseñaron a rezar todas las noches e iban juntos a Misa dominical.
Su padre fue médico y su madre, miembro de la Comunidad Buen Pastor de la Renovación Carismática Católica (RCC), trabajó como voluntaria en la evangelización en las escuelas públicas.
Guido disfrutó desde pequeño de la playa, el mar y los deportes. En su juventud, llevaba a sus amigos a Cristo, primero animándolos a ser parte del grupo de formación para la Confirmación, y luego a participar en el Cenáculo, en el Movimiento Sacerdotal Mariano.
Estudió Medicina en la Facultad Técnica Educacional Souza Marques, y en su último año de carrera, empezó a participar en “Fuego del Espíritu Santo”, un grupo de oración de la RCC.
Guido escogió desempeñarse como médico general, una especialidad que amaba porque le permitía evaluar al paciente como un todo.
“Consideraba la clínica general un desafío, por la necesidad de mantener un buen conocimiento de todas las áreas de la medicina”, indica su biografía.
Fue médico en la Santa Casa de Misericordia, periodo en el que empezó a acercarse a la pastoral de la salud.
Un día, en un retiro de la comunidad Canção Nova, escuchó a un sacerdote predicar "No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti" (Tobías 4, 7). En ese momento, Guido pidió perdón a Dios por las veces que había olvidado a los más necesitados.
Una semana después, conoció a las Misioneras de la Caridad, orden religiosa fundada por Santa Teresa de Calcuta. Comprendió que Dios había escuchado su petición y le estaba dando la dirección donde quería que sus dones dieran fruto.
Guido ofreció su trabajo a las hermanas y empezó a atender a los pobres de las favelas. Incentivó a médicos de la Santa Casa a ser parte de este servicio a los necesitados, una médico que lo acompañaba lo incentivó a leer "El hermano de Asís", de Inácio Larrañaga, libro que le cambió la vida.
El joven en ese momento tenía pareja, pensaba casarse y seguir su carrera médica. Pero sintió el llamado al sacerdocio. En 2008, ingresó en el Seminario São José de Río de Janeiro.
Sus compañeros de filosofía y teología en la Facultad de São Bento indicaban que Guido nunca hablaba mal de nadie y, cuando comentaban sobre cosas que le causaban indignación, el joven tenía la habilidad de desviar el tema y llevarlo a la oración.
Guido tenía un conocimiento profundo de las escrituras y un gran amor por la Eucaristía, la cual describió como un remedio para el alma y el cuerpo.
El 1 de mayo de 2009, a los 34 años, Guido sufrió un accidente mientras surfeaba en la playa de Barra da Tijuca, Río de Janeiro. El joven seminarista sufrió una contusión en la nuca que le provocó un desmayo y ahogamiento.
En 2014, su causa de beatificación fue abierta y, 11 años después, en 2023, el Papa Francisco declaró a Guido como venerable.
La Hermana Caritas (MC), que acompañó el trabajo de Guido en la casa de las Misioneras de la Caridad en Lapa, escribió:
"Su única preocupación era salvar almas. Llevar a todos a un encuentro personal con Cristo. Para eso no escatimaba esfuerzos. De hecho, toda su conversación era con Él y dirigida a Él. No perdía una oportunidad de proclamarlo. Ya fuera con palabras o con su propio ejemplo. Cuando atendía a los hermanos de la calle, no solo cuidaba de la salud del cuerpo, sino sobre todo del alma. A ninguno de ellos dejó de hablarle de Cristo. Muchos de ellos salían del consultorio en lágrimas y profundamente conmovidos. Oraba por y con cada uno y los invitaba a recibir los sacramentos como fuente de gracia y comunión con Dios.
Muchas veces utilizaba los carismas con los que el Señor lo había agraciado. Presencié varias veces, sobre todo, el carisma de la Palabra de Ciencia. A todos trataba con delicadeza, paciencia y comprensión. Nunca lo vi irritado o impaciente con nadie. Incluso cuando alguien llegaba embriagado o bajo el efecto de drogas y buscaba pelea. Siempre tenía tiempo para cada uno”.