San Cosme y San Damián, y otros hermanos santos de la Iglesia Católica
Hoy se celebra a los hermanos San Cosme y San Damián, hermanos gemelos que servían al pueblo como médicos. Comparten el patronato de la medicina con San Lucas y otros santos.
Ganaron el cariño de la gente porque no cobraban por la atención médica a quien no tenía dinero.
Su caridad los hizo famosos y por eso fueron de los primeros en caer en la persecución de Lisias, gobernador Cilicia. Murieron decapitados, mártires de la fe.
¿Sabías que ellos no son los únicos hermanos santos en la historia de la Iglesia? Aquí compartimos otras historias:
San Pedro y San Andrés:
Quizás los más conocidos, San Pedro y San Andrés fueron hermanos pescadores en Galilea. San Andrés era discípulo de San Juan Bautista, quien le presentó a Cristo. Apenas lo conoció, llevó a su hermano Pedro para que también se hiciera discípulo de Jesús. Ambos fueron, como ya sabemos, parte de los doce apóstoles
Santos Argeo, Narciso y Marcelino:
Eran soldados romanos y se hicieron cristianos. En una ocasión el emperador Licinio obligó a todos sus soldados a ofrecer un sacrificio a los dioses. Los tres hermanos se rehusaron. Argeo y Narciso fueron decapitados por su cristianismo. Marcelino, que era muy joven, fue flagelado y finalmente tirado al Mar Negro para que se ahogue. Todo esto sucedió en el 320 d.C.
Santa Alodia y Santa Nunilo:
Las santas hermanas españolas eran hijas de un musulmán y una cristiana. Quedaron huérfanas siendo niñas, pero seguían las enseñanzas de su madre. Un pariente, que quería el patrimonio heredado por el padre de las santas, las acusó de cristianismo. Fueron decapitadas en el 851 d.C. por no renegar de su fe en Cristo y convertirse al islam.
Santa Jacinta y San Francisco Marto:
Sí, los pastorcitos de Fátima. Ella tenía 7 y él 9 años cuando fueron testigos de las apariciones de la Virgen María en Fátima, Portugal. Fueron mensajeros de la Madre sobre la oración y penitencia, llevaron a la práctica todo lo que aprendían de ella y murieron siendo niños por enfermedad. San Francisco murió en 1919, y Santa Jacinta un año después. Ambos entregaron el sufrimiento de sus enfermedades a Dios y soportaron todo el dolor sin quejarse.