¿Qué fue lo que opinó San Juan Pablo II de Santa Verónica?
Todos los 12 de julio reflexionamos en torno a la figura de aquella mujer que lavó el rostro de Jesús en medio de la Pasión. Mujer a la que la Tradición le puso el nombre de “Verónica”.
En el Vía Crucis hecho en el año 2000, presidido por el Santo Padre San Juan Pablo II, él dio la siguiente reflexión sobre esta santa mujer:
Reflexión de San Juan Pablo II
“La Verónica no aparece en los Evangelios. No se menciona este nombre, aunque se citan los nombres de diversas mujeres que aparecen junto a Jesús.
Puede ser, pues, que este nombre exprese más bien lo que esa mujer hizo. En efecto, según la tradición, en el camino del calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un velo el sudor y la sangre del rostro del Señor.
Aquel rostro quedó impreso en el velo; un reflejo fiel, un ‘verdadero icono’. A eso se referiría el nombre mismo de Verónica.
Si es así, este nombre, que ha hecho memorable el gesto de aquella mujer, expresa al mismo tiempo la más profunda verdad sobre ella.
Un día, ante la crítica de los presentes, Jesús defendió a una mujer pecadora que había derramado aceite perfumado sobre sus pies y los había enjugado con sus cabellos. A la objeción que se le hizo en aquella circunstancia, respondió: ‘¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo (…). Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho’ (Mt 26,10.12). Las mismas palabras podrían aplicarse también a la Verónica.
Se manifiesta así la profunda elocuencia de este episodio.
El Redentor del mundo da a Verónica una imagen auténtica de su rostro.
El velo, sobre el que queda impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros.
En cierto modo nos dice: He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor hacia el prójimo aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo.
Los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquél que ‘se despojó de sí mismo tomando condición de siervo’ (Flp 2,7).
Así se forma la identidad, el verdadero nombre del ser humano” (Fuente: Vatican.va).