El encuentro con Jesús que llevó a Santa Teresa de Ávila a la conversión definitiva
Santa Teresa de Ávila es conocida por ser una gran mística y maestra de oración. ¡La vida de esta santa es impresionante! Levitaba, tenía visiones sobrenaturales, espantaba demonios y amaba a Dios con todo su corazón. Pero no siempre fue así...
En su autobiografía “Libro de la Vida”, Santa Teresa cuenta que, por mucho tiempo, incluso siendo ya monja, vivió alejada de Dios, en una gran tibieza y muchas veces indiferente a Jesús.
En aquella época, era muy común que las hermanas pasaran mucho tiempo en los locutorios, lugar donde las monjas pueden recibir visitas, conversando durante horas con personas externas al convento. Como recuerda la santa, muchas de esas conversaciones eran fútiles e incluso inadecuadas.
Además de ser una actividad común en los Carmelos de la época, Teresa, que estaba enferma e impedida de realizar algunas tareas en el convento, justificaba esta práctica pensando que era una forma legítima de ocupar su tiempo.
Sin embargo, un día, durante una dirección espiritual, su confesor le aconsejó que tratara de rezar más y que pasara un tiempo sin participar de las visitas. ¡Y fue entonces cuando ocurrió algo sorprendente!
La experiencia de Santa Teresa con Jesús flagelado que la llevó a la conversión definitiva:
Se cuenta que, un día, en oración, Santa Teresa estaba contemplando una imagen de Jesús crucificado y flagelado. Entonces le preguntó: “Señor, ¿quién te puso así?”. Y oyó una voz en su corazón que le respondió: “Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa”. Ella rompió en llanto y decidió que no volvería a perder el tiempo en cosas que no valían la pena.
Santa Teresa considera este momento como un punto de inflexión en su vida. Fue entonces cuando decidió, de una vez por todas, convertirse de manera real y completa. Determinó no participar más en las visitas del locutorio y dedicar su tiempo a la oración, buscando amar y relacionarse más con Dios que con los hombres.
Ella explica:
“¿Por qué no sería lícito reconocer, ver y considerar que muchas veces hablamos de las vanidades del mundo, y ahora el Señor me ha concedido, en la vida religiosa, que solo quiera hablar de Él? Es a través de la oración que conversamos con Dios. La oración es una joya que se nos ha dado, y que todos poseemos y debemos usar, porque nos invita inevitablemente al amor. Al razonar de esta manera, es fácil comprender que nuestro amor a Dios, que cultivamos a través de la oración, se expresa y concreta mediante nuestra oración hecha con atención, con más amor y en humildad”.
“Comprendí todo al escuchar estas palabras: ‘Ya no quiero que tengas conversaciones con hombres, sino con ángeles’. Esto me causó mucho asombro, porque el movimiento de mi alma fue grande y estas palabras me fueron dichas en espíritu, lo que me asustó, aunque también me consoló enormemente. A mi parecer, fue por la novedad de la experiencia. Y se cumplió, porque nunca más he podido construir amistades ni tener consuelo ni amor particular, excepto con las personas que veo que tienen a Dios y buscan servirle. Si no percibo esto, para mí es una cruz penosa tratar con alguien. Ni siquiera tengo el deseo de hacerlo, aunque sean familiares o amigos. Este es, sin duda, mi parecer. Desde aquel día, he sido tan fervorosa en dejarlo todo por Dios que no ha sido necesario que Él me lo ordenara nuevamente”.
Y concluye: “Vi claramente que, en muchas de esas visitas, aunque estaba muy enferma, era la tentación del demonio la que fomentaba mi tibieza. Desde que no me preocupo tanto por esos asuntos y no soy tan mimada, tengo mucha más salud y disposición para comprender y ver la realidad”.
¡Santa Teresa de Ávila, ruega por nosotros!