El canto gregoriano que se convirtió en el himno de las Cruzadas
Las Cruzadas fueron uno de los episodios más importante de la Edad Media. En el Medioevo, los cristianos de toda Europa elegían peregrinar hacia Jerusalén, Roma o Santiago de Compostela para alcanzar, a través de ese camino, un crecimiento espiritual.
La palabra “cruzada” o “cruzado” no se usaba en esa época. Cuando los medievales usaban la frase “tomar la cruz”, la empleaban en un sentido literal, se aplicaba a llevar una pequeña cruz en un paño que se ponía en el hombro.
Los medievales llamaban a este desplazamiento “peregrinación”, “expedición a Jerusalén”, “la ruta a Jerusalén”, “el camino al Santo Sepulcro” o “a nuestro Señor”.
Caminar a Tierra Santa fue una práctica de la piedad popular medieval muy importante en la que los peregrinos encontraban inspiración. Sin embargo, el avance de los turcos selchukíes sobre las actuales Siria y Turquía desde mediados del siglo XI, pusieron en peligro la existencia de los cristianos en oriente y la seguridad de las peregrinaciones.
Entonces, el Papa Urbano II decidió convocar al Concilio de Clermont, en 1095, e invitó a toda la Cristiandad a liberar el Santo Sepulcro y a los cristianos oprimidos en Oriente. Varios caballeros acudieron a su llamado y así surgieron las Cruzadas, movimiento militar y religioso para liberar Jerusalén.
Según comenta la historiadora Regine Pernoud, en su obra El Papa de la Primera Cruzada, Los Cruzados tenían como himno el canto gregoriano Vexilla Regis Prodeunt, compuesta cuatro siglos antes (en 569) por san Venancio Fortunato, un obispo que también era poeta.
Aquí puedes escuchar la canción que se convirtió en el himno de las Cruzadas:
El texto original tuvo modificaciones a lo largo del tiempo, pero el espíritu de la letra se mantuvo: la exaltación a la Cruz como bandera cristiana con la que Cristo venció a Satanás, al pecado y al mundo.
La traducción de este himno en latín cantado en las Cruzadas dice así:
Las banderas del rey se enarbolan:
resplandece el misterio de la cruz,
en la cual la vida padeció muerte,
y con la muerte nos dio vida.
Vida que traspasada con el cruel hierro de la lanza,
manó agua y sangre
para lavarnos de las manchas
de nuestros pecados.
Cumpliéronse ya los proféticos
cantares de David, donde
dijo a las naciones:
reinó Dios desde el madero.
¡Oh árbol hermoso y resplandeciente!
Adornado con la púrpura del Rey,
escogido como digno madero
para el contacto de tan santos miembros.
¡Árbol venturoso, de cuyos brazos
estuvo pendiente el precio del mundo!
Hecho balanza del divino cuerpo,
levantó la presa del infierno.
Salve, ¡oh cruz, única esperanza nuestra!
En este tiempo de pasión
acrecienta la gracia a los justos
y borra a los pecadores sus culpas.
A ti, oh Santa Trinidad, fuente de la eterna salud,
alaben todos los Espíritus:
y a los que haces partícipes de la victoria de la cruz
dales el galardón.
Amén.
Una nota curiosa: Esta canción, además de emplearse como himno de las Cruzadas se cantaba en las vísperas del Viernes Santo y en la fiesta de la Cruz.
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