Cuando un demonio reveló por qué hubiese querido la intercesión de la Virgen
Los exorcistas a menudo informan de sus experiencias con la posesión que solo el nombre de la Virgen María hace que Satanás se estremezca. Pero, ¿sabías que el diablo también siente algo más que miedo? La impresionante revelación la cuenta el P. José Tissot, misionero de San Francisco de Sales.
El día que el diablo reveló su mayor angustia sobre la Virgen María
En su libro “El arte de aprovecharse de los propios defectos”, el sacerdote relata el sorprendente caso de un exorcismo practicado en la tumba de San Francisco de Sales.
Cuenta que “incluso después de su muerte, como si quisiera continuar la guerra que había librado en vida contra la desesperación”, el santo “escribió del mismo diablo una confesión llena de incitación a las almas más criminales”.
Y explica: “Llevaron a la tumba del Santo Obispo de Ginebra, en el momento en que se instituía el proceso de su beatificación, a un joven que estaba poseído por un espíritu maligno desde hacía cinco años.
Tuvo que esperar muchos días para su curación, y mientras tanto, este desdichado fue sometido allí, junto a los restos mortales del Santo, a un largo y repetido interrogatorio, que llevaron a cabo el obispo Charles Auguste de Sales y la madre de Chaugy.
Una vez, mientras el diablo gritaba con más furia y confusión, diciendo: “¡¿Por qué debo salir?!”, la Madre Chaugy, con ese calor que le era propio, exclamó: “¡Oh Santa Madre de Dios, ruega por nosotros! ¡María! ¡Madre de Jesús, ayúdanos!”
Ante estas palabras, el espíritu infernal redobló sus gritos horrendos, gritando: “¡María! ¡María! ¡Oh! ¡No tengo a María!... No pronuncies este nombre; ¡me hace temblar! ¡Oh! Si tuviera a María para mí, como tú la tienes, ¡no sería lo que soy!... ¡Pero no tengo a María!
Todos estaban llorando. “¡Ay! continuó el demonio, si tuviera un solo momento de esos que desperdicias, sí, un momento y María, ¡no sería un demonio! Pues bien. Los que vivimos (Sal 113, 18) tenemos el momento presente para volver a Dios, y a María para obtenernos su gracia. ¿Quién, entonces, se desesperará?"