7 santos y sus últimas palabras antes de morir
La experiencia de la muerte suele ser un tema complejo y a veces genera miedo, incertidumbre y ansiedad.
Los que creemos en Cristo sabemos que la muerte es un tránsito, un lugar de paso y que Jesús con su muerte y resurrección nos abrió las puertas a la vida eterna.
Los santos enfrentan la muerte con esta certeza. Su corazón, puesto en la eternidad, no teme al amor eterno con el que pronto se van a encontrar y sus últimas palabras suelen dar testimonio de su inminente encuentro con el Padre en el cielo.
Hemos recogido algunas de las palabras que grandes santos de todos los tiempos pronunciaron antes de morir que nos dan aliento y alegría.
1. Santa Juana de Arco: “Jesús”
Juana tenía XX años cuando fue condenada a morir en la hoguera. Se cuenta que, hasta el final, ya envuelta en llamas, siguió pronunciando palabras de alabanza a Dios. Pidió que le trajeran una cruz para que en sus últimos momentos estuviera ante su vista.
Su última palabra fue gritar en voz alta: Jesús.
“Estando ya envuelta en la llama, nunca cesó hasta el fin de confesar en alta voz el santo nombre de Jesús, implorando e invocando sin cesar la ayuda de los santos y las santas del Paraíso, y lo que aún, es más, al rendir su espíritu inclinando la cabeza, profirió el nombre de Jesús” (Testimonio de fray Isambart de la Pierre, testigo ocular de su juicio en 1449).
Después de la ejecución, el verdugo afirmó que, a pesar del aceite, el azufre y el carbón que echó al cuerpo de Juana, el fuego no consumió sus entrañas ni el corazón, lo que le parecía un milagro evidente.
2. Santa Isabel de la Trinidad: “Voy a la luz, al amor, a la vida”
Isabel fue una carmelita descalza francesa. En la cuaresma de 1905 enfermó, y tras un largo padecimiento, murió el 9 de noviembre de 1906 a la edad de 26 años.
Se cuenta que cuando estaba ya muy mal no intentó esconder al médico el gozo que sentía porque pronto se encontraría con Dios. El doctor estaba tan sorprendido por su felicidad que ella intentó explicarle lo que vivía diciéndole que todos somos hijos amados de Dios. Cuando terminó de hablar, las lágrimas brotaban entre los que la escuchaban.
Agotada por su esfuerzo, entró por última vez en silencio y se escucharon estas palabras de forma suave: “voy a la luz, al amor, a la vida”.
3. San Juan Pablo II: "Déjenme ir a la casa del Padre"
La historia registra que las últimas palabras del santo Papa fueron: "Déjenme ir a la casa del Padre". San Juan Pablo II pronunció estas palabras en polaco cuando ya estaba muy débil , unas pocas horas antes de fallecer.
Días después, durante la Misa de exequias, miles de personas pidieron a la Iglesia que lo declarara santo lo antes posible. Esta petición no tardó mucho en realizarse, Benedicto XVI celebró la beatificación solo 6 años después, y el Papa Francisco lo declaró santo el 27 de abril de 2014. Su tumba en la basílica de San Pedro es ahora uno de los lugares más visitados por los peregrinos que llegan al Vaticano. San Juan Pablo murió a los 84 años.
4. Santa Bernardette: “Tengo sed”
La niña vidente de Lourdes, a quien la Virgen María se le apareció en los Pirineos franceses murió a los 35 años de edad, tras abrazar la vida religiosa y ser parte de la comunidad de las Hermanas de la Caridad de Nevers.
“El martes de Pascua, Bernadette estaba muy enferma, así que el capellán sugirió que se preparara para hacer el sacrificio de su vida. ‘¿Qué sacrificio?’, preguntó Bernadette, ‘no es ningún sacrificio abandonar esta pobre vida, en la que hay tantas dificultades para pertenecer a Dios’. El miércoles de Pascua, solicitó que su crucifijo le fuera atado, en caso de que sus débiles dedos no pudieran sostenerlo. Miró la estatua de Nuestra Santísima Señora y dijo: ‘la he visto. Qué bella es y qué prisa tengo por ir a verla’. La hermana Nathalie Portat entró a las tres de la tarde aproximadamente y Bernadette pidió: ‘ayúdame a dar gracias hasta el final’. Tomando el crucifijo, rezó: ‘Dios mío, te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi fuerza’. La hermana Nathalie empezó el Ave María. Bernadette respondió claramente: ‘Santa María, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecadora, pobre pecadora’. Ahora era la hora de su muerte y, como Jesús en la cruz, dijo: ‘tengo sed’. Las hermanas trajeron agua. Bernadette hizo la señal de la cruz por última vez como su Señora le había enseñado en la gruta. Dio un pequeño sorbo de agua en silencio. Inclinó la cabeza tranquilamente y suavemente rindió su alma” (Fragmento de “My Name Is Bernadette”).
Su cuerpo permanece incorrupto en Nevers, Francia.
5. Santa Teresita del Niño Jesús: “Dios mío, te amo”
Sus hermanas relataron el gran sufrimiento físico de Teresita en su agonía. Nunca dejó de repetir que no se arrepentía de nada por haberse entregado al amor.
Las últimas palabras que la oyeron decir fueron: “he llegado al punto de no poder sufrir más, porque todo el sufrimiento es dulce para mí… Dios mío, te amo”. Después de pronunciar estas palabras, cayó suavemente hacia atrás con la cabeza inclinada hacia la derecha. Luego tuvo lugar un éxtasis, y su rostro recuperó el color que tenía cuando gozaba de plena salud, sus ojos estaban fijos en lo alto refulgentes de paz y de alegría.
Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz murió a los 24 años.
6. San Francisco de Asís: “Con mi voz clamé al Señor”
El pobrecillo de Asís, por todos conocido, trataba a la muerte como a una hermana y no tenía miedo de unirse a ella. Poco antes de morir dictó un testamento en el que recomendaba a sus hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. Estando muy enfermo se cuenta que, a pesar de su dolor, dijo: “¡Bienvenida, hermana muerte!” y pidió que lo llevaran a Porciúncula, hasta que murió el 3 de octubre de 1226 a la edad de 44 años.
El biógrafo Tomás de Celano ha acuñado esta sugestiva frase: “Francisco recibió la muerte cantando”. De hecho, poco antes de su nacimiento para el cielo, llamó a fray León y a fray Ángel Tancredi para que, «espiritualmente gozosos, cantaran en alta voz las alabanzas del Señor por la hermana muerte que se avecinaba». Después, entonó con la fuerza que pudo aquel salmo de David: "Voce mea, con mi voz clamé al Señor, con mi voz imploré piedad del Señor".
7. San Juan de la Cruz: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”
Se cuenta que San Juan de la Cruz antes de morir preguntaba con frecuencia la hora. Como presintiendo que ya llegaba su momento.
“–¿Qué hora es? –pregunta al enfermero. –Las once. –Ya se acerca la hora de los maitines que diremos en el cielo. –¿Qué hora es? –pregunta al cabo de un rato. –Las once y media. –Ya se llega mi hora, avisen a los religiosos. A las doce, tocan la campana a maitines. –¿A qué tañen? –pregunta el santo. –A maitines. –¡Gloria a Dios, que al cielo los iré a decir!”.
Entregó el crucifijo que tenía en las manos, las metió debajo de su ropa, compuso todo su cuerpo y, sacando los brazos, tomó de nuevo el crucifijo. Cerró los ojos, pronunció las últimas palabras de Jesús en la cruz: en tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu, y expiró. Llovía copiosamente en Úbeda. Era la madrugada del 14 de diciembre de 1591, sábado. Tenía fray Juan de la Cruz 49 años.