4 ocasiones en las que San Pío de Pietrelcina demostró su sentido del humor
San Pío de Pietrelcina probablemente sea, después de San Francisco de Asís, el santo más popular que haya salido de la orden franciscana. Sus milagros, aún estando él en vida, se cuentan por miles y se multiplican ahora que ya goza de la vida eterna. En este artículo compartimos algunos de esos milagros y anécdotas en los que este santo demuestra su gran sentido del humor.
¡Disfrútenlo!
Un calvo
Un hombre se encontraba muy preocupado porque a medida que pasaban los años iba perdiendo más cabello. Enterado de los milagros del Padre Pío, lo buscó y le dijo: “Padre, ruegue para que no se me caiga el cabello”. El Padre, que en ese momento bajaba por la escalera del coro, cambió el semblante y con una mirada expresiva señaló a alguien que estaba al otro lado de la escalera diciendo: “Encomiéndate a él”. El desdichado se dio media vuelta y vio un sacerdote completamente calvo, con la cabeza tan brillante que parecía un espejo. Todos comenzaron a reír a carcajadas.
Un saludo “grande, grande”
Una hija espiritual del Padre Pío se había quedado en San Giovanni Rotondo tres semanas con el único propósito de poder confesarse con él. Al no lograrlo, se consoló con la idea de al menos recibir la bendición que el Padre Pío solía impartir desde la ventana de su balcón. De camino al convento iba diciendo para sus adentros: “quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”.
Cuando llegó se encontró con que la gente se había marchado pues el Padre había dado ya su bendición; los había saludado a todos agitando su pañuelo desde su ventana y se había retirado a descansar. La señora no se desanimó y se arrodilló junto a un grupo de mujeres que rezaban el rosario y se dijo para sí misma: “no importa, yo quiero un saludo grande, grande, sólo para mí”. A los pocos minutos se abrió la ventana de la celda del Padre y éste, luego de dar nuevamente su bendición, se puso a agitar una sábana a modo de saludo en vez de usar su pañuelo. Todos se echaron a reír pensando que se había vuelto loco. La hija espiritual del padre comenzó a llorar emocionada. Sabía que era el saludo “grande, grande” que había pedido para sí.
¿Esperas que me case yo con ella?
El Padre Pío estaba celebrando una boda. En el momento culminante del acto el novio, muy emocionado, no atinaba a pronunciar el “sí” del rito. El Padre esperó un poco, procurando ayudarlo con una sonrisa, pero viendo que era en vano todo intento, exclamó con fuerza: “¿En fin, quieres decir este “sí” o esperas que yo me case con ella?”
Debajo del Colchón
Una señora sufría de tan terribles jaquecas que decidió poner una foto del Padre Pío debajo de su almohada con la esperanza de que el dolor desaparecería. Después de varias semanas el dolor de cabeza persistía y muy molesta dijo esto: “Pues mira Padre Pío, como no has querido quitarme la jaqueca te pondré debajo del colchón como castigo”. Muy enfadada, puso la fotografía del padre debajo de su colchón.
A los pocos meses fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre. Apenas se arrodilló frente al confesionario, el padre la miró fijamente y cerró la puerta del confesionario con un soberano golpe. La señora quedó petrificada pues no esperaba semejante reacción y no pudo articular palabra. A los pocos minutos se abrió nuevamente la puerta del confesionario y el padre le dijo con una sonrisa de oreja a oreja: “No te gustó ¿verdad? ¡Pues a mí tampoco me gustó que me pusieras debajo del colchón!”.
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