La Iglesia siempre ha enseñado que el único digno de ser adorado es Dios y nadie más, así sea el más poderoso y bello de los ángeles, el más fiel santo de la Iglesia o la mismísima Madre de Dios.

Sin embargo, en la historia de la Iglesia hubo un grupo de “cristianos” que cayeron en el error de adorar a la Virgen María.

En el siglo IV apareció un grupo conocidos como los coliridianos, quienes ofrecían tortas y pasteles a la Virgen como signo de adoración.

Eran una secta gnóstica integrada mayoritariamente por mujeres que mezclaron la figura de María con deidades paganas.

Cuando San Epifanio, obispo de Salamina, se enteró de esta herejía no dudó en denunciarla y condenarla en nombre de toda la Iglesia Católica.

Dijo: “Sea María honrada. Sean Padre, Hijo, y Espíritu Santo adorados, pero que ninguno adore a María”.

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) enseña que la Virgen María es honrada de manera especial, pero no tiene el culto de adoración que solamente se le rinde a Dios (CIC 971).  

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