Los enemigos de la fe a lo largo de la historia han hecho esfuerzos denodados por traerse abajo el Evangelio y negar o poner en duda el hecho que constituye lo más trascendental del mismo, vale decir: la Resurrección de Jesús. Se han inventado distintas teorías sobre un posible fraude de la resurrección de Jesús, entre las cuales menciono algunas:

Teoría del robo del cuerpo. Sus discípulos robaron el cuerpo y crearon la “leyenda” de Jesús resucitado.

Teoría de Jesús como un espíritu o un fantasma. La resurrección se dio pero solo en un nivel espiritual.

Teoría de la no muerte de Jesús. El no habría muerto del todo en la cruz y José de Arimatea junto a algunas mujeres

atendieron al moribundo Jesús hasta que se recuperó del todo.

Teoría de la alucinación colectiva. Las diversas apariciones posteriores de Jesús resucitado solo sucedieron en las mentes de las personas que afirmaron ser testigos.

Teoría del hermano gemelo. No merece mayor explicación ni análisis.

Hay respuestas para cada teoría por supuesto, pero en general todas chocan con la principal evidencia de la resurrección de Jesús que consiste en la increíble transformación de un grupo de hombres sin instrucción quienes de la cobardía comprobada (abandonaron a su líder apenas fue apresado) pasaron a vivir una vida de sacrificios que acabó casi en todos los casos en el martirio. La psicología enseña que nada hace al hombre más propenso a la cobardía que una mentira que pese sobre su conciencia. Si esto hubiese sido un “fraude”, ¿cómo es posible que no haya registro de historia eclesial o secular que arroje un atisbo de arrepentimiento o confesión de fraude de todos estos hombres y mujeres (apóstoles y discípulos) incluso en medio de torturas o martirio?

San Pablo dijo: “Si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Corintios 15, 14) y es que en ello consiste la buena noticia que los cristianos tenemos para el mundo. No se trata de una doctrina, de una ideología o de una nueva filosofía, sino que se trata de la mayor novedad revelada por el mismo Dios a la humanidad: ¡ÉL ESTA VIVO! Dios no es ni el sol, ni la luna, ni las fuerzas de la naturaleza, ni una energía impersonal, ni mucho menos un ser humano cualquiera, sino un Padre amoroso, creador de todas las cosas que envió a su Hijo para salvarnos y que luego de ser crucificado, resucitó de entre los muertos.

No existen fotos, ni vídeos, ni evidencia física de Jesús resucitado. Ni siquiera la propia Sabana Santa de Turín, ni ninguna otra reliquia de esa época pueden ser consideradas evidencias plenas de su resurrección. La prueba más contundente que tenemos de este hecho es el testimonio de los Apóstoles y discípulos de los primeros tiempos de la Iglesia que fueron corriendo a comunicar esta buena nueva con tal fervor que en dos siglos ya habían evangelizado a casi la mitad del Imperio Romano, desde la clandestinidad y sufriendo una terrible persecución. ¿Somos nosotros igualmente entusiastas anunciadores de esta buena noticia? ¿Soy realmente un auténtico discípulo-misionero del Señor, como lo pide la Iglesia en el Documento de Aparecida?

Publicado originalmente en la Bitácora Zanahoria

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