Santo Tomás de Aquino fue un teólogo dominico y doctor de la Iglesia. A pesar de su privilegiada inteligencia, se sabe que el santo era una persona algo despistada e inocente.

Fue estudiante de San Alberto Magno y en el salón de clases le llamaban el “buey mudo” porque solía ser muy silencioso y solo abría la boca para explicar asuntos teológicos muy complejos. Se cuenta también que sus compañeros del seminario solían gastarle muchas bromas y él caía en todas.

Una vez, seguramente mientras meditaba en sus cuatro pruebas racionales sobre la existencia de Dios, sus compañeros estudiantes idearon un plan para burlarse de él y le dijeron:

– “¡Tomás, mira: unas vacas volando!”.

El inocente santo cayó en la trampa y rápidamente se asomó a la ventana para ver las vacas voladoras. Por supuesto, sus compañeros religiosos estallaron en carcajadas. ¿Cómo una mente tan brillante como la de Santo Tomás podría creer que habían vacas voladoras?

Lo que ellos no se esperaban era la reacción de Santo Tomás ante sus burlas. El santo les dijo:

– “Prefiero creer que las vacas pueden volar a aceptar que un religioso miente”.

Sin palabras.

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