Nos encontramos en la era del “todos somos iguales y tenemos los mismos derechos”, que a más de un abogado (de los que gozan del sentido común) le ha traído dolores de cabeza, debido a que de varias maneras se ha tratado de forzar a las leyes para que regulen situaciones que de por sí en su esencia, son irregulares.

Sin embargo, este tipo de situaciones han llegado a ser muy comunes en el mundo actual, desde la situación del mal llamado “matrimonio homosexual” (que en Estados Unidos en no mucho tiempo traerá mayores problemas con el tema de adopción y pedofilia) hasta la eutanasia infantil y la legalización de las drogas. Algo que le cuesta mucho a la gente comprender, es que la Iglesia Católica maneja criterios y medidas sumamente diferentes, y en muchos de los casos hasta contrarias a las que maneja el mundo actual. Por esta postura, se ha tratado a la Iglesia de retrógrada, anacrónica e intransigente, sin embargo, esto no borra en absoluto el hecho de que es la única institución humana y divina, que ha sobrevivido incólume por dos milenios enseñando exactamente la misma doctrina y fundamentándose en los mismos dogmas, con la ingeniosa habilidad de transmitirlo de formas diversas de acuerdo a cada tiempo.

¿QUÉ COSA ES EL SACERDOCIO? 

Después de haber hecho este pequeño preámbulo, paso al tema en cuestión. Hay que tener en cuenta que el sacerdocio ministerial es un Sacramento instituido por Jesucristo en la Ultima Cena. Sin embargo esta institución alcanza su plenitud en tres momentos importantes, a saber:

– En la Ultima Cena, les concede el poder de transubstanciar el pan en Su Cuerpo y el vino en Su Sangre, al decirles: “Hagan esto en memoria mía” (Lucas 22, 1).

– Tres días después, una vez Resucitado, les confiere la sublime misión de perdonar los pecados: “Como el Padre me envió, así también yo os envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Juan 20, 21-22)

– Finalmente, les confiere el poder y la misión de enseñar, bautizar y gobernar al pueblo cristiano de manera explícita: “A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, id pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mateo 28, 18-20)

Pues bien, les “concedió”, les “confirió” y les “mandó”, pero ¿a quiénes?… A LOS APÓSTOLES, y, ¿qué tienen en común todos ellos?: ¡Eran hombres!
Es muy probable que frente a esta afirmación, ya a estas alturas hayan saltado de su asiento las feministas radicales y los defensores de “todos tenemos el mismo derecho” de los que hablé al principio, pero para que sepan, quien así lo decidió NO fue la Iglesia, ni el Papa ni mucho menos yo. Fue Cristo, y nos lo dice el Evangelio de la siguiente manera: “Llamó a los que El quiso y vinieron donde El. Instituyó doce para que estuvieran con Él para enviarlos a predicar” (Marcos 3, 13-14)

“PERO ESO FUE ANTES, AHORA LAS COSAS HAN CAMBIADO”

Quisiera recordarles que no estamos tratando con un partido político ni con un gremio social, sino con la Iglesia que Cristo instituyó, y a la cual le dejó lineamientos claros sobre los cuales debe caminar, tanto así, que la Ceremonia de Ordenación Sacerdotal se da de acuerdo a los lineamientos específicos de la Liturgia y del Derecho Canónico, el cual claramente estipula que: “sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación” (CIC 1024)Estos lineamientos implícita o explícitamente mandados por Jesucristo, no tienen fecha de caducidad ni manera de ser cambiados (como es el caso de los divorciados en nueva unión, que por más que la Iglesia trate de hacer más llevadero el asunto, es y seguirá siendo adulterio).

EN OTRAS PALABRAS…

Así un Obispo católico se salga de su sano juicio e imponga las manos a una mujer para ordenarla, no sucede absolutamente nada, puesto que, aunque la forma es correcta (imponer las manos), la materia es incorrecta, puesto que no es un varón, invalidando así el Sacramento.

Frente a esta realidad, la batalla campal de feministas y de los defensores de toda causa activista, no sólo que está perdida, sino que es una causa confundida, pues no terminan de comprender la razón por la cual la Iglesia dice NO. Dado que, no es sólo un “no debemos”, sino un rotundo “no podemos”. Por esta misma razón, quienes sencillamente han querido hacer lo que les ha dado la gana, no han tenido otra opción que salirse de la Iglesia de Cristo para meterse a cualquier de las miles de sectas existentes, en donde – dado que no tienen ningún lineamiento inamovible dado por Cristo – pueden hacer y deshacer a su antojo.

ES UNA POSTURA MACHISTA

Ciertamente, quien afirma esta sentencia no ha comprendido el papel valiosísimo que tiene la mujer en la Iglesia (a lo que probablemente deba dedicar otro artículo). Más aún, esta fiebre de querer forzar a que la mujer cubra ahora todos los roles de los cuales antes sólo participaban los hombres, lleva a una especie de pérdida de identidad, que ni ayuda a la causa del feminismo (refiriéndome al verdadero feminismo, que lucha por defender y promover los derechos de la mujer) ni aporta a que la sociedad crezca en un ambiente de verdadera equidad.

Publicado originalmente en el blog de Steven Neira.

[Ver: ¿La Biblia prohíbe llamar “padre” al sacerdote?]

[Ver: 15 científicos que también fueron sacerdotes]

 

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